En el ejército de Salaverry había unos treinta oficiales excedentes, a los
que se les llamaba “rabones”.
Iban en las marchas a la vanguardia, siendo los primeros en llegar a los
pueblos, donde cometían extorsiones infinitas. Al entrar las tropas, ya ellos
habían tomado los mejores alojamientos y matado el hambre y la sed. Con
frecuencia, recibía Salaverry quejas de los vecinos por sus abusos, hasta que –
fastidiado - llamó al jefe del Estado Mayor, José María Lastres, y le dijo:
Coronel, reúnalos, califíquelos y destínelos.
Lastres escogió veinte. Quedaron nueve o diez, a quienes consideró
peligroso colocarlos en el ejercicio.
Al día siguiente, le preguntó don Felipe Santiago: y bien, coronel... ¿qué
ha dispuesto con los rabones?
_ He colocado a veinte en el ejército; pero de los otros, Que son
corrompidos, francamente, no sé Qué hacer.
_ ¿No sabe Qué hacer con ellos? Pues, fusílelos.
_ ¡Fusilarlos, mi general! -exclamó asustado lastres...
_ Sí, fusílelos hoy mismo. La patria ganará deshaciéndose de oficiales
indignos de la honrosa carrera de las armas...
_ Que los mate el enemigo y no nosotros -arguyó lastres. y le costó lograr
Que Salaverry revocase la orden:
_ Impóngales la orden de tomar un fusil y batirse siempre que haya cambio
de balas. Ya Que no pueden servir como oficiales, Que sirvan como hombres -
dijo Salaverry.
Pero, la genialidad del jefe supremo no fue secreto para los rabones.
Sabiendo Que arriesgaban la pelleja, cambiaron un tanto su conducta;
comportándose heroicamente en Uchumayo y Socabaya. Todos menos tres, en diez
días, murieron como bravos en defensa de su bandera y del caudillo que representaba
la causa de la voluntad peruana.
Fuente: Tradiciones De Ricardo Palma.
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